viernes, junio 12, 2009

Carlos Liberona: ¡Hasta la victoria siempre!


Hoy viernes 12 de junio estaremos despidiendo a Carlos Liberona, compañero y amigo, ex dirigente del MIR, en el Parque por la Paz donde a las 18 horas Helmut Frenz encabezará un responso. Mañana domingo a las 11 de la mañana será cremado en el Cementerio Católico y posteriormente sus cenizas serán devueltas a la región del Biobio que lo vio nacer y desarrollarse política y humanamente junto al partido en que militó, y de donde surgieron la mayoría de sus primeros dirigentes.
Para Ula y familia, mis sentimientos de conmocionado pesar ante la partida de Carlos. Lo conocí tardíamente, en democracia, después del 2000 incluso, cuando parecía que nada se podía hacer y era generalizado entre los nuestros el estar abatidos y enmudecidos por la derrota y la división. El no se rindió. Creó Ayun y con eso múltiples iniciativas sociales que eran profundamente políticas y adecuadas a estos tiempos de balbuceos y reconstrucción. Aprendí mucho de él por sus esfuerzos de constructor, por su modestia, su fraternidad y sentido de la esperanza.
Nos deja un poco más solos pero también un poquito mejores, por haberlo conocido y compartido con él algunos de sus quehaceres y empeños.
Lucía
Así lo describen otros amigos:
CARLOS LIBERONA y su recuerdo, hombre macizo, de estatura mediana, con una barba cana que le infundía un aspecto de respetabilidad a pesar de su vestimenta informal. De hablar llano, destacaba por su vitalidad y una percepción rápida y casi intuitiva de la realidad.
Y así cuenta su historia él mismo, cuando lo entrevistan para un libro editado por LOM, "De enterezas y vulnerabilidades":
LA INFANCIA EN UN BARRIO DE CHILLÁN
Yo vengo de un barrio muy pobre de Chillán, donde la ley principal de los niños era violencia, lo que explica en gran parte por qué fui capaz de sobrevivir a esa cosa terrible que fue la violencia de Pinochet.
Estoy hablando de los años 50-52 y de un barrio con una migración campesino - urbana que era el reino de las doñas (las mujeres) desde el punto de vista de la relación con los niños, todas ellas llenas de nostalgia y siempre soñando con un campo idealizado. Los roles estaban muy divididos; los hombres se preocupaban del fútbol y de la aplicación de la justicia, o sea, eran los que nos pegaban cuando las mujeres les recitaban nuestro prontuario y ellas eran las responsables del aseo y el ornato y, por supuesto, se dejaban tiempo libre para oír las novelas radiales. Tampoco perdonaban el ocuparse de las vecinas, la que engañaba al marido, la que había sido abandonada, a quién le pegaban y a quién no.
Yo era hijo de una mujer viuda y entonces como no tenía padre, era mi madre la que consideraba sagrado pegar y para ella era una falta de pedagogía el no hacerlo porque, si no, qué tipo de personas íbamos a ser, Entonces yo aprendí de pequeño a tratar de esquivar el castigo. Mi madre era una mujer extraordinaria, de origen mapuche; educó sola a tres hijos directos y uno de mi padre que ella recogió porque él murió cuando yo estaba por nacer. Siempre andaba reclamando, y su lucha principal, en ese tiempo, era contra los hombres. Después entendí la razón: mi padre fue muy brutal con ella.
Tenía una gran personalidad, una distinción natural y además era curandera, bruja, veía la suerte en las cartas. La única vez que a mí me pronosticó algo fue cuando caí detenido en la Villa Grimaldi, ella dijo que saldría libre pero que lo iba a pasar muy mal.
LA POBREZA
Para darse cuenta de lo pobre que era mi barrio basta decir que había un solo teléfono, calles de tierra, un único auto, el de la barraca y detrás del cual corríamos porque era un espectáculo.
Nuestra casa la formaban dos piezas de un conventillo, ahí vivíamos cinco personas. Estábamos empapados, teníamos sabañones, a mi hermana le echaron de las monjas porque no se le podía comprar el uniforme. Y veo todo el escándalo, mi mamá que era beata, conmigo de la mano acusando a la monja y diciéndole que era una abusadora por haberle quitado la beca a su hija. Desde los seis años los niños del barrio empezábamos a desempeñar una función concreta, distinta de la que piensan los sociólogos. Nosotros comprábamos, gestionábamos los créditos en el almacén, íbamos a buscar a los hombres el día del pago para que no se fueran a tomar, cuidábamos la virginidad de nuestras hermanas.
También conocí el hambre, una sensación muy difícil de definir. Me acuerdo que mi hermano sufría porque no teníamos pan para el día siguiente. Y en cambio, iba a buscarlo a la panadería, me entendía con los panaderos y por último me lo robaba.
Integré todo estos dolores en mi vida porque esa amargura se te cuela y o tú te quedas en eso o resuelves el problema.
Ahí, en mi barrio, fui aprendiendo lo que era la violencia, el hambre, los gritos, los hombres que les pegaban a las mujeres, lo que hasta cierto punto para mí fue una ventaja, porque cuando llegué a Grimaldi básicamente ya conocía la violencia.
EL PRIMER LUGAR DE ESTUDIO, LOS AMIGOS DEL BARRIO
En el año 1951 con la elección de Ibáñez se produjo un cambio en el barrio. Como había elecciones, empezaron a llegar las señoras del centro con sus maridos a buscar votos y a darle regalos a los niños, eran del Club de Leones o Rotarias.
Mi primera aula de estudios fue Pimpín, un zapatero comunista del conventillo. Pimpín discutía mucho con una mujer muy beata que llamábamos "Juana la sin poto" y que decía que si salía Ibáñez todos nos íbamos al infierno.
En el taller de Pimpín nos juntábamos los jóvenes del barrio porque no teníamos espacio propio, y escuchando las conversaciones, comenzaron nuestras primeras rebeldías.
Yo entré a la política a los 14 años y fueron determinantes mis amistades del barrio. Recuerdo a Lorenzo, le decíamos " el rojo" porque era un joven de la juventud comunista, también a un cura colombiano que nos predicaba que todos éramos iguales. Después apareció Pablo, que era como el sabio, muy humilde y desde una esquina nos empezó a hablar de política de manera directa, porque nos preguntaba: " ¿Tú te vai con un buen desayuno al colegio?" "Yo no", le decía, y él me contestaba: A mí no me gusta ir con hambre a la escuela".
Pablo me agradaba porque más que del partido hablaba de la cuestión social. Un día - me acuerdo- se murió de tuberculosis Raúl, un hombre del conventillo. Era muy bueno con los niños, trabajaba en la radio y nos dedicaba canciones. En el velorio se paró el Pablo, mí amigo, y dijo que en realidad Raúl no se murió de tuberculosis como todo el mundo decía, se murió de pobre. Nos quedamos helados y desde ahí empecé a pensar, porque me dí cuenta que era cierto.
Ese mismo año, yo tenía quince años y era estudiante secundario, entré al movimiento estudiantil, iba a reuniones, leía mucho, fui nombrado Presidente de la Federación de Colegios de la provincia.
Mi generación, el grupo del barrio, a pesar de lo pobres que éramos, logramos llegar a la Universidad. De los cuarenta o cincuenta de la pandilla, terminamos un porcentaje interesante en la Universidad, como también unos doce presos y exiliados. Ahora me doy cuenta de que nuestros padres no tenían sueños propios, su aspiración máxima era nuestro destino, no existían por sí mismos, su sueño era lo que nosotros pudiéramos llegar a ser.
EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973
El 11 de septiembre de 1973 yo vivía en Santiago, militaba en el MIR y a medias estaba estudiando sociología, porque me dedicaba más al partido que a ser un profesional; vivía de un criadero de aves que teníamos en Curacaví y que era una fachada.
En realidad yo me desempeñaba en lo que llamábamos el equipo de seguridad del MIR, que fundáramos con Luciano Cruz. En febrero de 1975 detienen al compañero con el cual trabajaba; al no soportar la tortura dio mi nombre, diciendo que yo era ayudista y que solo le daba alojamiento de lo puro beato que era.
Así llegaron a mi casa, justamente cuando yo escribía una carta con una información que había obtenido sobre la situación interna de las Fuerzas Armadas. Como medida de seguridad me había inventado un código especial. Mis cartas iban dirigidas a nombres de democratacristianos, como si yo tuviera otra identidad política. Lo primero que hicieron fue apoderarse de la carta, pegarme y decirme "vos soi un pescado grande, no". Me llevaron a la Villa Grimaldi y por suerte mi mujer, la Ula que es alemana, no estaba, porque había ido a comprar.
En Villa Grimaldi empezaron de inmediato a preguntarme sobre la carta suponiendo que era democratacristiano. Yo decía " bueno, estamos creando un movimiento para llamar a elecciones libres". Pensé que me iban a matar y lo único que quería era ganar unos días porque así mi mujer tendría el tiempo necesario para eludirlos; yo tuve miedo por ella. De modo que seguí simulando mi nueva identidad política, afirmando que formaba parte de un movimiento de ese partido pro elecciones libres. Me trajeron un cuestionario para responderlo. Querían que dijera que la democracia cristiana estaba dividida entre los proclives a Pinochet y los otros. Y o insistía en que éramos un solo partido y que seguíamos a Maritain, y el coronel que me entrevistaba me gritó: " ese huevón, ¿quién es? ¿Dónde está ese huevón?". A pesar del miedo, reprimí un ataque de risa.
Luego trajeron a alguien que se presentó como periodista y me increpó diciéndome: "Mira, nosotros sabemos que hay una acción de tu partido que se llama Operación Lirio Azul para sacar a Pinochet, ¿tú estás metido en eso?”Sí, señor. Y continuaron pegándome mientras agregaban: "Ustedes, huevones, son peores que los miristas, a éstos los respetamos porque son valientes pero ustedes son unos traidores, unos beatos de mierda".
Ellos tenían de mí una referencia: buscaban a una persona físicamente coja - un cojo duro- como se dice, y en verdad yo tengo una cojera muy leve, eso los tenía confundidos. Nunca imaginaron que se trataba de la misma persona, al extremo de que me preguntaban por mí mismo. Venía uno y me decía: "¿Dónde está Claudio?" (Mi nombre político). “No sé, señor, creo que se fue del país, contestaba yo. Y oía que me gritaban: " Este beato que es gritón, mira los miristas aguantan mucho más". Yo solo podía continuar en este juego y resistir. Sin embargo, siempre pensé que iba a terminar mal, creo que es un fatalismo de clase. Es raro que diga esto pero el tema de la vida y la muerte lo tuve presente desde los ocho o nueve años cuando veía a mis hermanos reventados de fiebre y depender solo del " natre" porque no había plata para llevarlos al médico.
Después, al comprobar que no morí, pasé por un estado medio místico y sentí que, si alguna vez salía en libertad, mi obligación era contar lo que pasaba en Villa Grimaldi.
En medio de este infierno del horror, mi gran preocupación era los nombres de los ayudistas cuya lista yo guardaba en mi casa. Esa era mi angustia: Si me quiebran, pensé, no van a caer militantes, caerá gente amiga, gente que es buena persona, que prestó su casa. Me arrepentí de haber seguido la orden del partido de anotarlo todo, claro que en un lugar seguro muy torpe pero eficaz. Se trataba del papel confort yo cortaba un rollo, lo volvía a enrollar, y en las últimas 10 páginas escribía una lista de cómo ochenta personas. Incluí ahí también el nombre de la monja Carolina, con la cual había trabajado en la población Ángela Davis; tenía miedo que la ubicaran a ella, la golpearan y la torturaran. Además, como la red nuestra de información era grande, incluía los nombres de algunos jueces, sacerdotes y milicos.
Así estuve en Grimaldi casi un mes. La verdad es que me pegaron menos porque interrogaban distintos a un democratacristiano que a un MIR. Y por eso yo gritaba y lloraba. Los propios compañeros miristas en Grimaldi que me reconocieron tenían una angustia enorme porque creían que me podrían pillar. Pero yo continué asumiendo ser democratacristiano y hasta tal punto que una vez, un detenido me dijo:
-Beato, enséñame a rezar; tú sabís el Padre Nuestro. Yo se los enseñe porque eso le hacía bien.
El sistema que imperaba era molestar a los presos en todo momento. Si era de noche, entrar y preguntarnos: -¿Están durmiendo?
O si caminábamos hacia los baños hacernos una zancadilla o pegarnos una patada, o agarrarles el trasero a las mujeres. Pero este trato cambiaba cuando llegaba "El chacra", un sargento de Carabineros que al estar de turno daba órdenes que nos dejaran en paz.
Después de un mes quedé libre pero yo sabía que me seguían. Estaban convencidos de que era de ese partido y esperaban que atrajera a otros para detenerlos.
EL MIEDO
Tratando de mantener el control y la sangre fría, la noche que salí dormí en mi casa y al día siguiente logré evadirme, escondiéndome en diversos lugares. Estuve tres meses saliendo solo de noche, con mucho miedo, durmiendo a la defensiva, pensando que lo que me había ocurrido era una cosa muy especial, que si no hubiera sido por la identidad que me fabriqué, me hubieran tratado mucho peor. Reconozco que si pude resistir, fue en gran parte porque nunca fui un teórico, y porque mi niñez fue tan dura que me enfrenté con la violencia mucho antes de conocer la dictadura.
EL EXILIO A ALEMANIA Y EL REGRESO A UN PAÍS EXTRAÑO
Después de un año de vivir así decidí partir en 1977 a Alemania para juntarme con Ula, mi mujer.
Tres de mis hijos nacieron allá. Regresamos en 1986 y me encontré con un país completamente cambiado, muy diferente del país ideal que construimos en el exilio. Antes todo era más solidario, y si en la dictadura teníamos susto, lo que yo veo instalado ahora es el miedo. Por ejemplo, la gente teme volver a soñar con un Allende o con la democracia real, mis amigos tienen miedo que sus hijos se metan en algo, el miedo domina las relaciones. Veo a los jóvenes sometidos a un proceso de exigencias muy alto por la competividad existente, por la filosofía económica neoliberal, por la lucha por el éxito, por el individualismo imperante. Otro aspecto importante es que yo estudié gratis, si no, no hubiera estado un día en la universidad. Hoy hay quienes tienen que cantar en los micros para pagarla.
Mirando hacia atrás, no estoy arrepentido de haber luchado desde el MIR para desafiar a Pinochet, porque creo que el dolor, el ejemplo de los que callaron para que viviéramos, de los que nos protegieron y los que solidarizaron con nosotros, son parte de la semilla del futuro y de nuestro patrimonio personal.
Hoy sigo teniendo el mismo amor por la justicia. Pienso que en el futuro tenemos que asumir la nueva cultura de los derechos humanos, aprender de los saberes populares y de los pueblos originarios,
Asumir la Carta de la Tierra y hacernos responsables de la lucha por la vida, cuestionando las prácticas verticales y autoritarias del poder.
Por eso trabajo actualmente en AYUN, una corporación que en mapuche quiere decir "Amanecer". Es una red pequeña de voluntarios muy vinculados a los que llamamos los " condenados de la tierra": los mapuches, los migrantes, los jóvenes marginados por el sida, las minorías sexuales, los sindicatos, los diversos movimientos de derechos humanos. Esto nos ha enseñado a comprender que si sumamos estas pequeñas minorías, nace una mayoría diversa y excluida a la que hay que apoyar.

del libro "De enterezas y vulnerabilidades" 1973-2003: Hablan los mayores
De Eliana Bronfman y Luisa Jonson LOM, diciembre de 2003

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